No hay otra palabra posible, pues eso es lo que fue: ventura guiando los once años que lleva de vida, una vida molino a quien piensa seguir dándole batalla. Desde hace seis meses comenzó a enriquecer sus despojos con esa buena mujer que lo ama y dice que “esta guerra es buena”. No irá a ninguna parte, sino al fondo, por más viento que sople sobre el campo, por eso se demora en la propina que le da mirar el arco de un zaguán o la tipografía del siglo XVIII. De modo vanidoso, cree estar al servicio de algún Dios para matar a los desaforados gigantes que comparten sus preferencias por él. Todavía le quedan atributos de actor, diez años por lo menos, para seguir caminando por Buenos Aires. Estando sobrio se le ocurre que en cualquier puerta cancel quizá descubra al Quijote, a Borges, a Stevenson; todavía trabajando, viviendo…
No, no hay otra palabra posible más que ventura.
Isis
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