-Está escrito en… - Felisa no podía saber qué idioma, si era un idioma.
-Y se abrió en la página 148 – dijo Diomedes, que como pudo, se agachó para recogerlo, y con gesto caballeresco se lo alcanzó a Felisa.
-El tiempo del alma –dijeron sin leer, pues ya sabían de sobra el título.
-¿De qué estante lo sacó? –quiso saber Diomedes.
-De allí arriba – señaló ella. Leyeron varios títulos y todos tenían la palabra “tiempo”.
-¿Le puedo hacer una pregunta?
Diomedes asintió con la cabeza; Felisa parecía emocionada, divertida, joven, a pesar de que el cuerpo demostrara lo contrario.
-¿Por qué está buscando el libro?
-Porque… No sé por qué –Diomedes no era de hablar mucho. Y menos cuando no tenía respuestas, ese título lo había estado siguiendo por meses, lo veía en los carteles publicitarios de las calles, grabado en la maderas de las viejas mesas de los bares donde iba a tomar su vermut o café, en los diarios, hasta en el rollo del papel higiénico. Pensó que esto último no era decoroso para contarle a una dama. Hizo un esfuerzo y le dijo todo lo demás.
-No me tome por loco…
-¡Por favor! –se rió Felisa- ¿Si le cuento que encontré el título en la boleta del gas, en la lista del supermercado, en la revista de crochet que compré, me lo creería?
Ambos rieron mas relajados. Evidentemente Felisa era una mujer simple, esto pensó Diomedes, algo prejuicioso, las mujeres simples de cierta edad, se dedican a tejer al crochet. Este prejuicio le jugó en contra: Felisa era antropóloga. Anciana pero antropóloga, y ahora dedicaba su tiempo a las tareas sencillas.
-¿Antropóloga, no me diga?
-¿Y usted?
Diomedes quiso callar como siempre, pero se escuchó contándole prácticamente su vida.
-¿Y los nietos los visitan?
-A veces… Ya están grandes, cada uno en lo suyo, tienen su vida… Vio como son los jóvenes…
Volvieron al libro y acordaron buscar a alguien para que tradujera lo que decía. También se prometieron guardarlo en su casa un día cada uno (quizá era una excusa para verse seguido) Como todo un caballero que era, Diomedes le dio el primer día de guarda a Felisa, que dio un respingo de alegría.
A la mañana siguiente, Diomedes, con un pan dulce envuelto para regalo, tocó la puerta de su nueva compañera de andanzas.
-Llega justo para el café, pase.
Felisa se había arreglado, se notaba, tenía las mejillas rosadas y los labios pintados.
Buscaron “traductores” en las Páginas Amarillas, hicieron marcas en algunos y llamaron. Concretaron varias citas.
-¡Muy bien! –dijo Felisa entusiasmada- Tenemos a las 16 horas nuestra primera entrevista.
Media hora antes se encontraron en una esquina cercana al lugar. Felisa llevaba el libro en un bolso.
-Diomedes, me va a decir que estoy alucinando, pero creo que alguien me siguió.
-Felisa, usted me contó que le gusta ver películas de misterio… -pero Diomedes había tenido la misma impresión: alguien había estado siguiéndolo, si observaba con atención quizá podría verlo sentado en el banco de la plaza de enfrente, o paseando algún perro.
A Diomedes le hubiera gustado correr al enano y darle algunas patadas en el trasero por inoportuno y maleducado, pero como no quería parecer violento delante de la mujer que había conocido recientemente, lo dejó ir, no sin antes soltarle un montón de improperios.
Una tormenta se avecinaba. El viento comenzó a soplar y las ráfagas azotaban inclementes, levantando en círculos lo que encontraban a su paso.
Estaban cruzando la séptima avenida, cuando un aguilucho de plumas color caramelo-crema, se lanzó en picada y chocó contra el bolso dónde Felisa llevaba el libro. El ave se dio tal porrazo que atontado por el golpe, fue a parar al suelo. En ese momento cambió el semáforo y como no alcanzó a retomar vuelo, fue aplastado por un automóvil que circulaba a toda velocidad.
En la esquina estaban Felisa y Diomedes bajo la lluvia, compartiendo un trozo del pan dulce que había sobrado de la jornada anterior y que Felisa, siempre previsora, había guardado en el bolso junto con el libro. Sus ojos estaban absortos observando el revoltijo de pájaro que había quedado en el pavimento, mientras las plumas ensangrentadas se pegaban a los neumáticos de los coches. Una lluvia torrencial arrasó con los restos del ave, no quedando rastro de lo sucedido. La pareja se miró y la mujer preguntó- ¿Se habrá auto inmolado el pobre?-
-Blugenagmtata- dijo el hombre, no porque estuviera hablando en otro idioma, sino por tener la boca llena de pan dulce - ¡Coma Felisa, coma!-dijo el caballero- no piense en el aguilucho, que lo único cierto de todo esto es el pan dulce.
-No, no quiero Don, dijo la mujer- ¿sabe que estoy en la etapa de la menopausia?- tomo un vaso de agua y engordo- me cuido porque aún estoy en edad de merecer -además- ya me discriminan por vieja y no me gustaría que me discriminen por gorda.-Charla va charla viene, llegaron al lugar donde indicaba la dirección: Fénix 666.
–¡OOh! mire Felisa, el número de la bestia- gritó Diomedes- Ajá- dijo ella, pura coincidencia-
La arqueóloga abrió la puerta del edificio y gritó- Apúrese hombre, sino quiere perder parte de su materia gris –
Así fue como ambos se encontraron bajando rápidamente los escalones en forma de espiral. Mientras lo hacían vieron los dibujos en la pared: el jaguar, el venado, el pez, el cocodrilo, las serpientes y las divinidades Hukte’ Ajaw y Tlácoc.
-¡Joder!- exclamó la arqueóloga- estamos bajando al inframundo maya, el lugar opuesto al mundo celestial, el de la oscuridad y la muerte. El Xibalbá. Y allí estaban los gemelos Hunahpú e ixbalangué con el Popol Vuh, pintados en las paredes. ¡Mire Diomedes! - dijo la mujer- el libro es el mismo que tenemos nosotros-
-No -dijo el hombre- ¿Dónde estudió Felisa?- ¿no ve que es el Chilam Balam?
-Ah dijo ella- qué error imperdonable- Mire - el Kisin, el flatulento- le dicen así por la fetidez del olor de los muertos.
- No siga Felisa que me descompone, no necesita ser tan ilustrativa.
-¡Allí!- gritó el hombre- el Tzolkin, el sincronario maya, el calendario para medir el tiempo, con razón soñamos con números, el 260, representa los kines o días, en ciclos de 13 meses de 20 días cada uno, -le dije, Felisa- soñar con números, no es sólo para jugar a la lotería o a la quiniela. De pronto vieron la inscripción: “El tiempo es circular, lo que pasó volverá a pasar, como es arriba, es abajo, como es adentro es afuera”, “lo que va vuelve”. Necesitamos urgente el traductor, esto es demasiado complicado como para entenderlo.
Cuando se abrió la puerta un viento helado los envolvió.
Abulorio
__ Mire esa altura Diómedes, mire esa cúpula!!
__ Mire las paredes Felisa, están llenas de libros hasta el techo!
__ Increíble! Son siete niveles de galerías y cada una con siete estantes.
Parados en la puerta de entrada miraron hacia el lado opuesto del octógono. Sobre el fondo, se divisaba un estrado que bajo la aplastante altura, se veía pequeño e insignificante. Caminaron hacia él y arribaron después de atravesar los muchos metros que lo separaban de la entrada.
El estrado era más alto que una persona y sobre él trabajaba el Traductor. Los libros rebalsaban del enorme mueble y algunos se agrupaban sobre el piso, en pilas o montículos desordenados. Felisa adivinó libros de filosofía, magia, religiones desconocidas o alquimia. En cada portada podía ver el paso del tiempo y las más variadas encuadernaciones.
__ Cuál es la duda.__ preguntó mecánicamente el Traductor desde el estrado, muy arriba de sus cabezas.
__ Tenemos este libro y no conocemos su idioma o la clave para descifrarlo.__ Contestó Diómedes empinándose sobre sus pies para divisar al Traductor.
__ Ajá. ¿Saben ustedes que para conseguir una respuesta, deben contestar una pregunta?
__ No, no lo sabíamos, pero nos avenimos a lo que usted quiera__ Se apuró a agregar Felisa.
__ Muy bien. Empecemos __ Dijo el Traductor y comenzó a bajar del estrado hasta que llegó junto a la pareja. Su apariencia los desconcertó, era bajo, enclenque, vestido con harapos manchados de tinta y con unos anteojos muy gruesos que aumentaban el tamaño de sus ojos de una manera graciosa.
La pareja lo siguió hasta un atril donde se ubicaba un libro enorme. Estaba abierto por la mitad y de entre sus miles de páginas colgaban otras tantas cintas de distintos colores como señaladores.
__ Están ante el libro de libros. El “Gugol-knyka”, consultarlo resolverá sus dudas, pero es imprescindible responder una pregunta.
__ Estamos dispuestos, ya le dijimos.
__ Así será, entonces. __ El Traductor subió a una banqueta larga y posó su mano en el libro. La retiró y las páginas corrieron de un lado al otro como si se hojeara a sí mismo. __ Acérquense, por favor __ Volvió a decir.
La pareja subió a la banqueta, miró la página seleccionada y leyó la pregunta que se destacaba del resto del texto: “Quienes son las hermanas del Centauro?”
Diómedes palideció, miró a Felisa angustiado, nunca responderían esa pregunta. La mujer se quedo expectante, miró al Traductor y revisó en su memoria. El pequeño hombrecito harapiento miró impasible a la pareja sin la más mínima expresión de ansiedad o picardía. Los minutos pasaron la tensión creció y finalmente el hombrecito tomó aire para apurar la respuesta.
__ Alfa y Próxima!! __ Gritó Felisa
Diómedes la miró sin entender, el hombrecito soltó el aire con la misma indiferencia con que lo tomó.
__ Alfa y Próxima Centauri, las dos estrellas que forman el sistema binario del Centauro. Las dos hermanas del Centauro__ Explicó Felisa
El Traductor asintió con la cabeza, miró al libro que nuevamente se hojeaba a sí mismo y esperó la página adecuada. Cuando esta llegó, la arrancó y la dobló en dos ante la mirada atónita de la pareja. Al instante, la hoja se regeneró en el libro que permaneció abierto sobre el atril.
__ Aquí está la clave de la interpretación del libro que tienen__ Dijo el Traductor
__ Sabemos el título, ahora conoceremos en contenido__ Contestó Diómedes
__ Váyanse entonces, tengo mucho que hacer__ Replicó el hombrecito dirigiéndose al estrado.
Diómedes y Felisa desanduvieron el camino que los llevó hasta la sala octogonal, treparon a la ciudad y se refugiaron en el fondo de un café. Abrieron el libro en la primera página y buscaron descifrarla según la clave del extraño idioma.
Una frase inicial encabezada el apretado texto que seguía, una frase breve y enmarcada en viñetas que exaltaban la tipografía de signos desconocidos. La clave proveía la interpretación de los signos y su fonética, pero resultaba inútil para explicar su belleza y estilización.
“Vuti nam Süle ikloshi. Invetzia, Süle suteni Vuti”
“El cuerpo no contiene al alma. Por el contrario, el alma sostiene al cuerpo”
Nos habíamos asomado al libro desde una frase conmovedora, nos quedaba el resto para seguir aprendiendo.
Pensaron que el conocimiento esotérico del libro, los liberaría de las pesadillas y de los sueños que los socavaban, a través de los enigmas que no podían entender.
La curiosidad pudo más que el temor, esperaron que la comprensión del los misterios ejerciera sobre ellos un efecto catártico y esclarecedor.
-Apurémonos Felisa. Hubo un tiempo para investigar, habrá un tiempo para recordar, ahora es tiempo de partir.
-¡Espere Diomedes! Todavía nos falta descorrer el velo, para explorar en nuestro interior las desarmonías que nos desequilibran. Tratemos de ver lo que ES y no la imagen de lo que creemos que es, para poder transformarla en armonía y acorde a la energía que, en esencia, somos cada uno de nosotros:
¡Debemos dilucidar el significado de este número!-Exclamó Felisa. En esa inmensa biblioteca debe haber algún volumen que lo refiera. Vayamos nuevamente al traductor, probablemente él pueda contactarnos con el bibliotecario.
-¡JAMÁS REGRESARÉ A ÉSE LUGAR!-, Impuso Diomedes.
Felisa temblaba de frío o de miedo pero temblaba y el hombre no tuvo más remedio que cubrirle la espalda con su abrigo.
-Casi llorando por la emoción de lo que sería el descubrimiento cumbre de su vida profesional, Felisa imploró a su amigo circunstancial que la acompañara nuevamente al profundo sótano.
La ternura y la admiración que le producía esa mujer no le permitió negarse.
Exhaustos y con hambre llegaron al estrado: estaba vacío. Llamaron a voces al traductor pero, bajo la enorme cúpula, el eco sólo repetía hasta el cansancio sus palabras.
-Huele a comida- a guisado de frijoles- dijo Diomedes. Alguien estaba cocinando e intentaron encontrar el lugar. Caminaron siguiendo los aromas. Los pasillos de la biblioteca se multiplicaban infinitos. Eran como calles y bocacalles solitarias y terribles.
Caminaron varios minutos, olía cada vez más a humeante guisado. Una puerta bajita, estaba abierta. Se inclinaron para ver dentro. El enano diabólico cocinaba utilizando un enorme caldero de hierro.
Las incontenibles exclamaciones de sorpresa de la pareja hicieron que el pequeño se diera vuelta para mirarlos. Cuando realizaba el giro volvió a gritar: -¡Txolkken, abligon ox merdé! Y fue convirtiéndose en una serpiente que huyó reptando por una grieta de la pared, hacia un orificio que conducía a profundidades aún más ocultas de inframundo.
-¡Felisa, volvió a gritarnos lo mismo!- dijo Diomedes impresionado -¿Qué querrá decirnos?-
-Es el Kisin- murmuró apenas Felisa, ¡es el Kisin, el rey de Xibalbá, el apestoso! ¡No lo reconocimos porque lo vimos convertido en enano y ahora se ha transformado en serpiente! Nada bueno nos pueden decir sus palabras Diomedes. Son sólo insultos espantosos y blasfemas horribles. Amenazas cargadas de odio.
Demudado, Diomedes, no comprendía por qué a él le había tocado estar en intrigas que lo desbordaban. En todo caso podía explicarse que Felisa participara de estos misterios porque era antropóloga, dedicada toda su vida al estudio de estos asuntos, y podía relacionársela con coherencia pero él, gran lector, pero un solitario hombre de barrio, cascarrabias, con una familia convencional que lo visitaba cada domingo…no hallaba explicación.
Regresaron en busca del traductor pero no lo encontraron, tampoco hallaron al bibliotecario.
Felisa volvió a insistir: -Vayamos a buscar en la biblioteca, Diomedes. Necesitamos la explicación del 148.
Mientras Felisa manipulaba ansiosamente los ficheros que se extendían de una pared a otra de la enorme sala octogonal, Diomedes volvió a recorrer el pasillo hasta donde se encontraba el humeante caldero y, sirviendo cocido en dos pequeños cuencos de barro, regresó donde Felisa para compartir la comida.
-Mire Diomedes en los cuencos de repite la clave: “Vuti nam Süle ikloshi. Invetzia, Süle suteni Vuti”
Felisa devoró los frijoles con la misma fruición que su compañero y a, pesar del cansancio, continuaron la búsqueda.
La anciana revisó en el fondo de su bolso y encontró una botella de agua mineral a medio beber. Invitó a Diomedes y luego bebió algunos tragos.
-Mire Felisa! ¡Un códice numerológico!
-¡Es el códice de Desdren, donde los Mayas anotaron todas sus observaciones astronómicas! Si usted observa, Diomedes, debajo de las tablas del eclipse de este códice figuran descubrimientos astronómicos equiparables con los de Newton y de Einstein.
“El cuerpo no contiene al alma. Por el contrario, el alma sostiene al cuerpo” El libro, en este caso, podría ser el cuerpo que trata de explicar por qué es incapaz de contener al alma. Habla del tiempo y habla del alma. El tiempo es circular, Diomedes, “Todo lo que va vuelve”. El cuerpo es el mundo. El ser humano está destruyendo la naturaleza. El maligno es el diablo encarnado en el enano, vino del inframundo. Según los Mayas, el infierno, regido por Kisin es, en realidad, una especie de purgatorio para la mayoría de las personas cuando mueren. El fin del mundo se profetiza para el año terrestre 2012, no hemos modificado nuestra actitud, el maligno ha venido en nuestra búsqueda para llevarnos con él. El libro se regenera, si no cambiamos, el mundo dejará de hacerlo a partir de la fecha profética.
- ¿Por qué dice para la mayoría Felisa?
-Porque hay excepciones, por ejemplo, cuando muere una embarazada- Continuó:
Para los Lacadones, una etnia méxico-guatemalteca, Kisin es un personaje iracundo, cuando está de mal humor patea la base de la gran ceiba provocando seísmos. Habita en el inframundo pero, de vez en cuando, visita el supramundo en busca de almas tomado diferentes formas.
-¡DIOMEDES!, estaba en lo cierto. Este lugar es la representación en la tierra del Xibalba. Definitivamente, el enano es el diablo y es, según la creencia mexicana, el que roba los frijoles de las cacerolas para comerlos.
Si usted suma 1+ 4+ 8: 13. El trece para los Mayas es el número perfecto. Según Pitágoras el mundo está construido sobre el poder de los números.
-Felisa, mi negocio se llama Kiosco “El Trece” ¿Será una simple coincidencia? Y ahora que lo pienso está ubicado en Séptima avenida N° 148.
-¡Parece una locura Diómedes, pero todo coincide! ¡Es la acción del destino: quiso que nos encontráramos usted y yo!
-Mire este dibujo. Es el símbolo del Tao, las fuerzas opuestas y complementarias, el Ying y el Yang.
-Si Felisa- el Yang es la Tierra y el Ying es el cielo. Diferentes como usted y yo, como el cielo y la Tierra.
-Si dijo ella- como el día y la noche.
Mire Felisa, también están dibujados los espejos: Acá leo que reflejan el alma. También permiten vernos reflejados en los demás. ”Yo soy otro tú”.
La noche es el momento en que el Alma, libre del cuerpo vaga por el mundo. El mundo de la noche es el mundo de los espíritus, de los encuentros inesperados y el nuestro fue un encuentro inesperado.
Diomedes le guiño un ojo y, como un soplo de aire fresco, se profundizó entre ambos la complicidad.
Mire Diomedes- dijo la antropóloga con renovado entusiasmo- lea lo que dice: el tiempo es arte…
-Si Felisa- Pero para mí el tiempo es dinero y hablando de dinero tengo que ir a abrir el kiosko.
-Serénese Felisa. Creo haber entendido todo. Lo sucedido es lógico, exacto. Migajas, eso es lo que forma el libro. Migajas de un todo extraídas al azar, así se conforman las almas.
-Pero…
-El tiempo de las almas lo marca el destino. No hemos hecho más que intentar leer ese destino y ¿Sabe qué?
-Por eso las páginas se regeneran, por eso – balbuceó ella.
-Todo, todo está escrito pero no es para mortales el leerlo. Cada migaja sumada es el destino, todos los destinos estan en un solo libro.
-Tantos números, referencias mitológicas, palabras…
-Tanto, tanto Felisa. Nuestros destinos debía cruzarse allí, en ese lugar, buscando un libro al que nos empujo lo mismo que no podemos leer. El libro no podía caer, para nosotros, abierto en otra página que no fuera la 148. Podía desmoronarse de cualquier altura y siempre se abriría en esa página.
-Yo puse el libro aquí – señaló el bolso – y ahora no está.
-Ya cumplió el objetivo, Felisa, ahora estará en otra biblioteca, abriéndose en otra página y la aventura de vivir recomienza, otras almas se encuentran, se desconocen, se olvidan, se ilusionan, se descubren.
se complica con las extensiones.
ResponderEliminarNo se puede subir a ropero gmail y a todo color?
Va mi primera parte intervenida (color celeste)
ResponderEliminarPara los Lacadones, una etnia méxico-guatemalteca, Kisin es un personaje iracundo que cuando está de mal humor patea la base de la gran ceiba provocando seísmos. Habita en el inframundo pero, de vez en cuando, visita la tierra en busca de almas adoptando diferentes formas.
__ ¡DIOMEDES!, estaba en lo cierto. Este lugar es la representación en la tierra del Xibalbá. Definitivamente, el enano es el diablo y es el que roba los frijoles de las cacerolas para comerlos.
Si usted suma 1+ 4+ 8, nos da 13. El trece para los mayas es el número perfecto.
__Felisa, mi kiosco se llama “El Trece” ¿Será una simple coincidencia? Y ahora que lo pienso está ubicado en Séptima avenida N° 148.
__ ¡Parece una locura Diómedes, pero todo coincide! ¡Es la acción del destino la que quiso que nos encontráramos.
__El libro representa al mensajero, al portador de la antorcha, al constructor místico y al iniciador de los misterios.__ Siguió Felisa.
__ Mire Felisa, acá menciona a los espejos y leo que reflejan el alma. También permiten vernos reflejados en los demás. ”Yo soy otro tú”. Escuche esto que también tienen que ver: “La noche es el momento en que el Alma, libre del cuerpo vaga por el mundo”. El mundo de la noche es el mundo de los espíritus y de los encuentros inesperados Felisa, y el nuestro fue un encuentro inesperado.
Diomedes le guiño un ojo y en ese breve segundo, se selló la conexión entre ellos.
__ Mire Diómedes__ Dijo Felisa bajando la vista con algo de timidez__ Lea lo que dice: “El tiempo es arte…”
__ Disculpe Felisa, pero para mí el tiempo también es dinero y hablando de eso, tengo que ir a abrir el kiosko.
Felisa lo miró un poco desencantada, le hubiera gustado seguir leyendo con él. Entendió el apuro de su compañero.
Va mi segunda parte intervenida (color celeste)
ResponderEliminarIsis
(punto seguido arriba) Aceptó entonces que Diomedes la acompañara hasta su casa. Una vez allí se descalzó –no estás para hacerte la adolescente, Feli--, se dijo, sentada en el sillón del living, masajeando sus pies hinchados por haber andado tanto y repasando lo vivido ese día.
¿Y si después de todo el libro no era más que una broma? ¿Y si la casualidad verdaderamente existía y la causalidad era simple ilusión? Nada cerraba como a ella le hubiese gustado. Era una mujer visceralmente realista.
Respaldada en el sillón sonrió satisfecha por haber encontrado al menos una pista con el número 148 y saber que formaba parte esencial del calendario maya. ¿Pero para qué? El enano furibundo personificando a Kisin… ¿Por qué se les había manifestado? ¿Habían sido tan malos que los esperaba el infierno?
Meneó con la cabeza no muy convencida. Como mucho podría haber sido muy posesiva en la vida, pero nada más. Y Diomedes…? No lo conocía demasiado, pero a primera vista era una excelente persona.
Se le iluminó la mirada al recordar cuando él la cubrió con el sobretodo. “El tiempo del alma”, murmuró. No reflexionaron sobre esa frase, porque se tuvo que ir.
Cerró los ojos para visualizar la sala octogonal colmada de libros. Qué bella era. ¡Cuántas cosas pasaron en un solo día! A las carcajadas pensó en cuando se lo contara a sus amigas del centro de jubilados. Quería verles las caras, quería hablarles de Diomedes…
¡El libro! Recordó de pronto. Se había olvidado de dárselo a su compañero y aún lo tenía en el bolso. “Séptima avenida Nº 148”, se dijo mientras se calzaba y salía a las apuradas. Debía entregárselo en guarda (y por qué no, verlo otra vez)
En el kiosko, Diómedes mascullaba las frases que se acordaba como si fuera una letanía.
“Txokken, abligon ox merdé”.
__Hola, abuelo, no me digas que se te da por el rock pesado __ Rió el nieto menor, escuchando el nombre del grupo.
El anciano lo miró sin entender.
__Es un conjunto de música, abuelo. ¿De dónde lo sacaste? Te hacía del tango.
Diomedes quiso explicarle pero se quedó callado. A cambio hizo una pregunta:
__ ¿Vos sabés algo del Xibalbá?
__No mucho, es el infierno de los mayas, o algo así. ¿Por?
__ ¿Y el Gugol-Knyka?
__Ni la menor idea, esperá que lo buscamos __ Dijo mientras abría su netbook.
Diomedes pensó que bien que le vendría saber algo de computación, tenía tantas pero tantas preguntas.
__ Mirá, acá dice que el Gugol-Knyka es un libro místico, que tiene todas las respuestas pero nunca esa respuesta es la misma para quien lee.
Diómedes se quedó pensando en lo que habían experimentado en la biblioteca octogonal.