BIENVENIDA

Hola, el ropero te da la bienvenida.

Si no sabés qué ponerte (sobre qué escribir), dónde dejaste eso que querés llevar hoy (no te acordás de algunas reglas); si querés revisar chucherías, sacar algo de años anteriores para ver si te entra; en fin, si tenés ganas de esto y más abrí el ropero.

CUERPO PRINCIPAL:

PERCHERO: Aquí se cuelgan las consignas y otras “ropas” (temas especiales que podrán servir para alguna de estas consignas) - ESTANTES - CAJONES

Todos estos lugares serán actualizados –esperemos- con frecuencia y también en el transcurrir se agregarán otros.

ACLARACIÓN

No somos profesores de literatura pero sí somos escritores y, sobre todo, lectores con experiencia que pretenden compartir lo poco o mucho que saben. Este espacio es para incentivar a quienes gusten de crear literariamente.

Nuestro blog: http://palabrascomonubes.blogspot.com/

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martes, 13 de septiembre de 2011

Estante de ejercicios

Para saber sobre la consigna, descolgá esta  percha.

De izquierda a derecha

Don Máximo Detalle, nuestro vecino del cuarto “A”, es el más anciano del edifico y nuestro mejor amigo. Tenía colgado de la pared de su sala un reloj más antiguo que él pues, según cuenta, perteneció a su bisabuelo.
El reloj era redondo y plano, la misma forma del rostro de don Máximo y la primera coincidencia.
Adherida a madera de buen lustre, la caja era plateada con diminutas jadeítas blancas incrustadas, similares a los pequeños gránulos blanquecinos que florecen continuamente sobre la nariz de su dueño.
La esfera del reloj, de berilo rojo, tenía además de grabados que parecían esotéricos, prácticamente la misma tonalidad que las mejillas del bueno de don Máximo.
El fondo de la carátula era blanco con manchitas amarillas; tan blanco y manchado de amarillo como los pocos dientes que conservaba y como la membrana esclerótica de los ojos.
La hora se determinaba en la carátula del reloj mediante dos o tres manecillas, rígidas como los bigotes de nuestro amigo, que viajaban de un número romano a otro: una corta para la hora, una larga para los minutos y la tercera manecilla, también larga, marcaba los segundos.
El reloj contaba con un péndulo oscilante y barroco que, en su parte inferior, poseía un ensanchamiento con un orificio medianamente pequeño, fileteado en oro. Llevaba, además, conectada una campana ornamentada con arabescos extraños, tal vez también relacionados al esoterismo, que producía monótonas campanadas indicando el transcurrir de las horas.
El único pasatiempo del anciano era, además de contarnos historias que recordaba con excesivo detalle, observar el reloj. De tal manera que había adoptado el hábito de seguir con su cabeza el compás del péndulo: derecha, izquierda, izquierda, derecha, derech…
Don Máximo tenía tan exacto el cálculo mental, entre una hora y otra, que se había acostumbrado a corear- exactamente a tiempo- el gong que producía la campanada cada quince, treinta, cuarenta y cinco y sesenta minutos.
Lágrimas amargas lloró don Máximo cuando aquellos ladrones ingresaron a su casa, lo maniataron y robaron su tesoro.
Muchas horas y cariño nos llevó consolarle. El reloj no se recuperó pero don Máximo sigue repitiendo las campanadas y haciendo mover su cabeza de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, de izquierda a derech…



Aquelarre

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